Propuesta didáctica: inventá tu propia versión del cuento, como ejercicio de taller de escritura. ¿Cómo cambiarías el curso de los hechos, a partir del encuentro de Caperucita con el Lobo?
Escribí tu propio relato, pensando por ejemplo que están en tiempos de guerra, que hubo un ataque zombi o que Caperucita está investigando la misteriosa desaparición de su abuela.
Caperucita Roja llevaba un mes de cuarentena. Encerrada en la casa con su madre pasaba el día horneando cosas ricas, ordenando, limpiando y leyendo cuentos.
Una vez por semana, la maestra le alcanzaba hasta la puerta un cuaderno con tareas. Era para que se ejercitara y no perdiera las clases.
Un día, les llegó la noticia de que a la abuela le quedaban pocas provisiones. Caperucita quiso ir a ayudarla. En pocos días, la anciana no tendría qué comer. En un primer momento, la mamá se opuso, porque la niña aún era muy pequeña. Pero Caperucita le rogó tanto que, al final, aceptó.
Muchos eran los cuidados que debía tener para atravesar el bosque. Además de los que ya conocía, debía llevar puesto un barbijo y colocarse alcohol en las manos cada vez que tocara algo. Y así lo hizo, porque lo que menos quería en el mundo era que la abuela muriera de hambre.
Con mucho cuidado comenzó su viaje. La canasta iba debidamente limpia y repleta de alimentos.
Cuando llegó al medio del bosque, se encontró con el lobo. Éste salió de su escondite, asustándola. Caperucita se quedó muy quietecita. El animal iba sin barbijo y se le acercaba demasiado. Entonces, ella tomó valor y le dijo:
—¿Acaso no sabés que estamos en un pandemia, señor Lobo?
—¡¡Y a mí qué me importa!!— le contestó el animal, burlándose de ella.
Caperucita, que recordaba muy bien los consejos de su madre, sacó el pulverizador con alcohol que llevaba en su bolsillo y lo echó directo a los ojos del Lobo.
Tanto le picaron los ojos que no la pudo alcanzar.
Caperucita llegó a la casa de la abuela un poco asustada, pero feliz. Dejó la canasta con alimentos en la puerta y llamó con tres golpecitos. La abuela estaba muy feliz de verla. Sin embargo, no se abrazaron ni se besaron. Ambas sabían que debían cuidarse mucho. Eran los tiempos del Coronavirus.
Se saludaron desde lejos, porque cuando hay tanto amor entre dos personas, los abrazos bien pueden esperar un tiempo.
Escribí tu propio relato, pensando por ejemplo que están en tiempos de guerra, que hubo un ataque zombi o que Caperucita está investigando la misteriosa desaparición de su abuela.
CAPERUCITA ROJA EN TIEMPOS DE CUARENTENA
Caperucita Roja llevaba un mes de cuarentena. Encerrada en la casa con su madre pasaba el día horneando cosas ricas, ordenando, limpiando y leyendo cuentos.
Una vez por semana, la maestra le alcanzaba hasta la puerta un cuaderno con tareas. Era para que se ejercitara y no perdiera las clases.
Un día, les llegó la noticia de que a la abuela le quedaban pocas provisiones. Caperucita quiso ir a ayudarla. En pocos días, la anciana no tendría qué comer. En un primer momento, la mamá se opuso, porque la niña aún era muy pequeña. Pero Caperucita le rogó tanto que, al final, aceptó.
Muchos eran los cuidados que debía tener para atravesar el bosque. Además de los que ya conocía, debía llevar puesto un barbijo y colocarse alcohol en las manos cada vez que tocara algo. Y así lo hizo, porque lo que menos quería en el mundo era que la abuela muriera de hambre.
Con mucho cuidado comenzó su viaje. La canasta iba debidamente limpia y repleta de alimentos.
Cuando llegó al medio del bosque, se encontró con el lobo. Éste salió de su escondite, asustándola. Caperucita se quedó muy quietecita. El animal iba sin barbijo y se le acercaba demasiado. Entonces, ella tomó valor y le dijo:
—¿Acaso no sabés que estamos en un pandemia, señor Lobo?
—¡¡Y a mí qué me importa!!— le contestó el animal, burlándose de ella.
Caperucita, que recordaba muy bien los consejos de su madre, sacó el pulverizador con alcohol que llevaba en su bolsillo y lo echó directo a los ojos del Lobo.
Tanto le picaron los ojos que no la pudo alcanzar.
Caperucita llegó a la casa de la abuela un poco asustada, pero feliz. Dejó la canasta con alimentos en la puerta y llamó con tres golpecitos. La abuela estaba muy feliz de verla. Sin embargo, no se abrazaron ni se besaron. Ambas sabían que debían cuidarse mucho. Eran los tiempos del Coronavirus.
Se saludaron desde lejos, porque cuando hay tanto amor entre dos personas, los abrazos bien pueden esperar un tiempo.
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