Desde hace unos meses mis padres querían que yo tuviera hermanitos. Cuando nacieron los trillizos dejé de sentirme solo. Desde ese momento, los cuatro compartimos la habitación y todos dormimos en la misma cuna.
Pero mis padres jamás se conformaron con tener solamente cuatro hijos y, en menos de un año, ya éramos tantos que no cabíamos en el mismo frasco.
Quizás por eso decidieron ampliar la casa, nos fueron distribuyendo en distintos dormitorios y en diferentes cunas de cristal, pulcras e iluminadas por una luz tan blanca que siempre parecía de día.
Contábamos con suficiente comida, espacio para crecer y, sobretodo, nos cuidaban durante las 24 horas del día.
En verano nos dijeron que saldríamos a recorrer el mundo; entonces todos nos subimos a un avión que nos llevó a un continente, que los humanos conocían como Asia y, luego de viajar cantidad de horas, en diciembre aterrizamos en un país, al que llamaban China. El trayecto fue largo, pero mis padres se encargaron de que estuviéramos entretenidos, por eso nos fueron poniendo en frascos, en los que viajábamos diecinueve hermanitos juntos. No sé cuántos frascos utilizaron, pero sí sé que en cada uno había exactamente diecinueve hermanitos.
No bien aterrizamos todos empezamos a pelearnos. Algunos creen que papá tiró a propósito uno de los frascos, para asustar a los chinos; otros afirman que a mamá se le resbaló de sus manos y un murciélago se tragó a todos sus hijos, pero mi hermanito menor dice que él pudo ver cuando el frasco cayó al suelo y nos devoró una serpiente.
Ahora estamos todos peleados y no hablamos más entre nosotros. Tenemos tanta, pero tanta rabia, que nadie quiere volver a meterse en el frasco. Por eso aprendimos a volar y nos hacemos tan chiquititos que podemos meternos en los cuerpos de los humanos, sin que ellos puedan notarlo. Desde allí viajamos por todo el mundo, conocemos varios países, escuchamos varios idiomas y les enseñamos a las personas que no siempre son los reyes los que llevan corona, ni tampoco los grandes los que tienen más fuerza que los pequeños.
Por eso les pido a los niños que no se asusten porque no les haré daño. Juntos vamos a jugar un rato, mientras ustedes me hacen cosquillas con su tos.
Yo solo me quedaré un invierno, hasta que los adultos aprendan a vivir con la inocencia de un niño.
Pero mis padres jamás se conformaron con tener solamente cuatro hijos y, en menos de un año, ya éramos tantos que no cabíamos en el mismo frasco.
Quizás por eso decidieron ampliar la casa, nos fueron distribuyendo en distintos dormitorios y en diferentes cunas de cristal, pulcras e iluminadas por una luz tan blanca que siempre parecía de día.
Contábamos con suficiente comida, espacio para crecer y, sobretodo, nos cuidaban durante las 24 horas del día.
En verano nos dijeron que saldríamos a recorrer el mundo; entonces todos nos subimos a un avión que nos llevó a un continente, que los humanos conocían como Asia y, luego de viajar cantidad de horas, en diciembre aterrizamos en un país, al que llamaban China. El trayecto fue largo, pero mis padres se encargaron de que estuviéramos entretenidos, por eso nos fueron poniendo en frascos, en los que viajábamos diecinueve hermanitos juntos. No sé cuántos frascos utilizaron, pero sí sé que en cada uno había exactamente diecinueve hermanitos.
No bien aterrizamos todos empezamos a pelearnos. Algunos creen que papá tiró a propósito uno de los frascos, para asustar a los chinos; otros afirman que a mamá se le resbaló de sus manos y un murciélago se tragó a todos sus hijos, pero mi hermanito menor dice que él pudo ver cuando el frasco cayó al suelo y nos devoró una serpiente.
Ahora estamos todos peleados y no hablamos más entre nosotros. Tenemos tanta, pero tanta rabia, que nadie quiere volver a meterse en el frasco. Por eso aprendimos a volar y nos hacemos tan chiquititos que podemos meternos en los cuerpos de los humanos, sin que ellos puedan notarlo. Desde allí viajamos por todo el mundo, conocemos varios países, escuchamos varios idiomas y les enseñamos a las personas que no siempre son los reyes los que llevan corona, ni tampoco los grandes los que tienen más fuerza que los pequeños.
Por eso les pido a los niños que no se asusten porque no les haré daño. Juntos vamos a jugar un rato, mientras ustedes me hacen cosquillas con su tos.
Yo solo me quedaré un invierno, hasta que los adultos aprendan a vivir con la inocencia de un niño.
No hay comentarios:
Publicar un comentario