Desde ideas didácticas y sus fundamentos científicos hasta actividades digitales creativas, en este blog encontrarás conocimiento y experiencias. De especialistas y expertos, docentes, amigos, alumnos y sus familiares. Podés mandarnos tus producciones e ideas a rosakaufman@gmail.com, o comunicarte por Whattsap al +54 911 51472984 y consultarnos sobre los Cursos para niños y docentes.
jueves, 2 de julio de 2020
miércoles, 1 de julio de 2020
¡HACIENDO JUEGOS DE MESA!, POR EL ESPECIALISTA EN DISEÑO DE GAMES, DURGAN A. NALLAR
Para inventar un juego de mesa, hay que pensar en:
• Reglas de juego (lo que se puede hacer cuando jugamos).
• Personajes (¿guerrero?, ¿mago?, ¿médico?, ¿electricista?, ¿maestro? ¡Lo que quieras!).
• Avatar (la imagen que te representa en el juego, la podés dibujar o sacar de nuestro kit de diseño).
• Tablero (el “mapa” donde se desarrolla el juego).
• Piezas (fichas, dados, cartas, trompos, miniaturas).
Hay total libertad para hacer el tipo de juego que quiera tu grupo. ¡Tiene que ser algo muy divertido de jugar! Algo que nunca hayas visto. Hacete preguntas: ¿Quiénes son los personajes o héroes del juego? ¿Cómo se llaman? ¿Cómo son? ¿Qué habilidades tienen? ¿Qué querés que hagan?
El juego tiene que tener reglas para saber qué se puede hacer y qué no se puede hacer, pero también tiene que tener un objetivo: ¿qué misión tienen? ¿Los personajes compiten entre sí o cooperan para lograr lo que quieren?
Descargá el documento completo:
MI LUGAR EN EL MUNDO: DISNEY WORLD (MELINA A.)
Yo soy Mely Arrigo y cuando tenía 14 años, viajamos a Disney.
Fue mi regalo de cumple por mis 15 años.
Llegamos a Miami en avión, y luego a Orlando en auto. Fuimos al hotel, que tenía wafles con forma de Mickey.
El primer día fuimos a Disney Springs, vimos los comercios, mi mamá compró un anteojo con forma de corazón. Fuimos a comer a un restaurant que parecía Hawai, tenía un volcán y salía fuego y lava. Al día siguiente, fuimos a los parques de Universal, ¡era muy divertido!, fuimos el tren de Harry Potter, era muy mágico, fuimos a la montaña rusa del castillo de Harry Potter, fue la primera vez que subí a una.
Nos sacamos fotos con los personajes de Shagui y Scooby Doo, Shrek, Fiona, Burro, Betty Boop, Hello Kitty, con todas las princesas y con Mickey!!! Llevé una libreta y me dieron sus autógrafos. Fuimos a la montaña rusa de agua, ¡¡¡era muy alta!!!!!
También vimos el musical de La Bella y La Bestia, me emocionó, fuimos a La Sirenita con Ariel y vimos de StarWars y todos los personajes!
Visitamos Magic Kingdom, fuimos a la montaña rusa de los siete enanitos, que era muy divertido. Hay mucha gente y fuimos para Halloween, así que vimos el desfile de personajes y pedimos dulces. Me encantaría volver.
¡Navegalo en 360!
Conocé más sobre Mely...
viernes, 26 de junio de 2020
POSTURA SALUDABLE, ¡CON CLUB DE LOS SUEÑOS!
Meli e Irene, nuestra música terapeuta y terapista ocupacional realizaron en conjunto está actividad ¡de postura saludable! ¡Sumamos movimiento y ritmo en esta cuarentena!
¡A no quedarse quieto!
¡A no quedarse quieto!
LA PANDEMIA, TEA Y VOLAR SIN MIEDO: EN LA RADIO, NOS CUENTA PAULA SMOLAR, MAMÁ DE MELI
miércoles, 24 de junio de 2020
martes, 23 de junio de 2020
COLLAGE INFORMÁTICO
En este proyecto, hay algunos sprites codificados para que puedan arrastrarse y desvanecerse cuando los clickeamos y, además, al arrancar el proyecto, cambia el tamaño de esos objetos al azar.
Extendé esa programación al resto de elementos, controlando los valores numéricos para su desvanecimiento y/o para los tamaños.
Pensá cómo hacer para que la orientación de algunos objetos también se produzca de manera aleatoria.
El fondo del collage también tiene un efecto gráfico, que podrías refinar.
Capturá varias pantallas de tu collage terminado.
PIES DE LOTO (CUENTO DE MARÍA ESPERANZA MENARDI), ¡¡ILUSTRALO!!
Los inviernos en el pueblo de Yian Gin no sólo son fríos: se diría que todos los dioses de la Antigua China, en especial sus dragones, conspiran para guardar el fuego bajo oscuros designios. Y aquel invierno se empecinaba en ofrecer la más cruda nieve a sus habitantes. Yian Gin era un pueblo pobre con habitantes pobres en un Imperio rico.
Sin embargo, como nunca, los cerezos se habían confabulado en adelantarse a la nieve y ya estallaban de flores, dejando atrás sus hojas, que sólo eran un recuerdo. Jin Wen estaba convencida de que ese milagro ocurría porque, en unos días, ella cumpliría cinco años. El verano era un recuerdo en su corazón: mágico, inquieto, lleno de galletas de pasta de arroz envueltas en hojas de taro, de cantos de ruiseñores y de alondras; un tiempo en el que ella y Xinjin, su padre, habían corrido hacia las montañas, arrastrados por un viento fresco, como dos patos mandarines que jugaban a esconderse, a alejarse, a ser felices. Fue en una de esas tardes cuando Jin Wen le dijo a su padre que el próximo verano quería ir al río Amarillo, en busca del bosque de bambúes. Una sombra inmensa caía, en ese instante del atardecer, sobre el Gigante de Jade; y ella notó que esa misma sombra que oscurecía la montaña sagrada, le había cubierto los ojos a Xinjin. Ese hombre bueno, que jugaba con su hija no pudo dejar de llorar con el corazón y con el alma. Un fantasma había entrado en sus ojos, un espectro que ya nunca se iría de él. Inútil fue negar lo que sabía inevitable, lo que no quería pensar, reconocer, asumir. Xinjin sabía que en poco tiempo más su pequeña grulla, la misma que volaba a su lado por los cielos de Yian Gin, no volvería a correr nunca más. Los dioses le enviaron hijas mujeres, y ella era la mayor, la única que tenía la posibilidad de tener una vida mejor. Sus campos de arroz eran cada día más estériles, su cuerpo envejecía y se doblaba como un ginko viejo. ¿Cuánto más podría mantener a su numerosa familia? Sólo Jin Wen tenía la posibilidad de conseguir un marido que la salvara de esa miseria, y, para ello, debían transformar sus pequeños pies en dos lotos dorados. Siempre luchó para que su hija, su pequeña y perfumada peonía, no debiera sufrir el horror de ver fracturados sus pies, quebradas sus formas, para transformarse en una mujer de andar ondulante, frágil, titubeante. Pero nada alcanzó, y este era el preludio de todos sus fracasos.
Así fue como su corazón comenzó a romperse junto al sacrificio de la pequeña, que lo miraba sin entender por qué, cómo, para qué, sus pies eran sumergidos en agua, untados con hierbas y sangre, y doblados hacia la planta, hasta romperse. Los ojos de la pequeña, desesperados, buscaban los de su padre. Limpias vendas de un blanco sepulcral cubrieron el trabajo. Todo estaba consumado. Ya nunca correría por los prados, no habría ríos amarillos ni bosques de bambúes, ni faisanes dorados, ni tigres, ni grullas. Sólo la transformación de una niña en una mujer dócil, casta, dependiente, que no podría moverse sin ayuda.
Jin Wen no volvió a hablar, y permaneció encerrada en la habitación de las mujeres, a la que únicamente entraba su abuela a cambiarle las vendas. Por las noches Xinjin iba a ver a la pequeña, a acariciar su cabello lacio y oscuro, sus ojos de almendra. Llevaba en su alma, una culpa, que no lo dejaba vivir. Ser pobre en un pueblo pobre es un castigo que no sólo se paga con la propia vida, y en China, más triste que ser pobre, es ser una niña.
Los días pasaban y Jin Wen cayó en un letargo de silencio y ausencia del que no despertaba. Una mañana, su abuela se asombró al ver que los pies de la niña pasaron de la palidez de la luna al morado de la tempestad. Apuró un emplasto e invocó a los ancestros.
Al día siguiente, los pequeños lotos empeoraron, y la curandera del pueblo vino en auxilio. No había nada que hacer, pronosticó la vieja, y Xinjin sintió que su corazón se quebraba en mil pedazos. No hubo dioses, ni pócimas ni plegarias que revivieran a la niña.
La ventana de la vieja casucha se fue llenando de nieve, una ligera nevada de fines de invierno caía copiosa. Algunos dicen que vieron a Jin Wen, descalza, alejarse muy despacio, buscando el río Amarillo, con sus pies blancos y perfumados, libre, por un sendero de pétalos de loto...
Sin embargo, como nunca, los cerezos se habían confabulado en adelantarse a la nieve y ya estallaban de flores, dejando atrás sus hojas, que sólo eran un recuerdo. Jin Wen estaba convencida de que ese milagro ocurría porque, en unos días, ella cumpliría cinco años. El verano era un recuerdo en su corazón: mágico, inquieto, lleno de galletas de pasta de arroz envueltas en hojas de taro, de cantos de ruiseñores y de alondras; un tiempo en el que ella y Xinjin, su padre, habían corrido hacia las montañas, arrastrados por un viento fresco, como dos patos mandarines que jugaban a esconderse, a alejarse, a ser felices. Fue en una de esas tardes cuando Jin Wen le dijo a su padre que el próximo verano quería ir al río Amarillo, en busca del bosque de bambúes. Una sombra inmensa caía, en ese instante del atardecer, sobre el Gigante de Jade; y ella notó que esa misma sombra que oscurecía la montaña sagrada, le había cubierto los ojos a Xinjin. Ese hombre bueno, que jugaba con su hija no pudo dejar de llorar con el corazón y con el alma. Un fantasma había entrado en sus ojos, un espectro que ya nunca se iría de él. Inútil fue negar lo que sabía inevitable, lo que no quería pensar, reconocer, asumir. Xinjin sabía que en poco tiempo más su pequeña grulla, la misma que volaba a su lado por los cielos de Yian Gin, no volvería a correr nunca más. Los dioses le enviaron hijas mujeres, y ella era la mayor, la única que tenía la posibilidad de tener una vida mejor. Sus campos de arroz eran cada día más estériles, su cuerpo envejecía y se doblaba como un ginko viejo. ¿Cuánto más podría mantener a su numerosa familia? Sólo Jin Wen tenía la posibilidad de conseguir un marido que la salvara de esa miseria, y, para ello, debían transformar sus pequeños pies en dos lotos dorados. Siempre luchó para que su hija, su pequeña y perfumada peonía, no debiera sufrir el horror de ver fracturados sus pies, quebradas sus formas, para transformarse en una mujer de andar ondulante, frágil, titubeante. Pero nada alcanzó, y este era el preludio de todos sus fracasos.
Así fue como su corazón comenzó a romperse junto al sacrificio de la pequeña, que lo miraba sin entender por qué, cómo, para qué, sus pies eran sumergidos en agua, untados con hierbas y sangre, y doblados hacia la planta, hasta romperse. Los ojos de la pequeña, desesperados, buscaban los de su padre. Limpias vendas de un blanco sepulcral cubrieron el trabajo. Todo estaba consumado. Ya nunca correría por los prados, no habría ríos amarillos ni bosques de bambúes, ni faisanes dorados, ni tigres, ni grullas. Sólo la transformación de una niña en una mujer dócil, casta, dependiente, que no podría moverse sin ayuda.
Jin Wen no volvió a hablar, y permaneció encerrada en la habitación de las mujeres, a la que únicamente entraba su abuela a cambiarle las vendas. Por las noches Xinjin iba a ver a la pequeña, a acariciar su cabello lacio y oscuro, sus ojos de almendra. Llevaba en su alma, una culpa, que no lo dejaba vivir. Ser pobre en un pueblo pobre es un castigo que no sólo se paga con la propia vida, y en China, más triste que ser pobre, es ser una niña.
Los días pasaban y Jin Wen cayó en un letargo de silencio y ausencia del que no despertaba. Una mañana, su abuela se asombró al ver que los pies de la niña pasaron de la palidez de la luna al morado de la tempestad. Apuró un emplasto e invocó a los ancestros.
Al día siguiente, los pequeños lotos empeoraron, y la curandera del pueblo vino en auxilio. No había nada que hacer, pronosticó la vieja, y Xinjin sintió que su corazón se quebraba en mil pedazos. No hubo dioses, ni pócimas ni plegarias que revivieran a la niña.
La ventana de la vieja casucha se fue llenando de nieve, una ligera nevada de fines de invierno caía copiosa. Algunos dicen que vieron a Jin Wen, descalza, alejarse muy despacio, buscando el río Amarillo, con sus pies blancos y perfumados, libre, por un sendero de pétalos de loto...
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